viernes, 12 de octubre de 2012

Singapore


Temprano en la mañana del 31 de julio me tome el bondi al aeropuerto de Auckland rezando de que mi pasaje a Singapore sea válido, ya que nunca lo pagué! (En otro momento contaré la historia de cómo viajar 11 hs y cambiar de continente totalmente gratis, solo les digo que no le robé a nadie ni hubo nada de la falsa “viveza criolla”). Todo salió bien y pude disfrutar del viaje que me iba a depositar finalmente en el comienzo de mi aventura por el sudeste asiático.
Al bajar del avión me pongo a charlar con 3 chicas, para variar argentinas…jeje y como nuestros hostel quedaban cerca, encaramos los 4 para “Little India” montados en el gran MRT, un subte que conecta todos los puntos de la ciudad con increíble puntualidad y sobre todo con un exquisito aire acondicionado. Esta zona, como mis inteligentísimos lectores habrán deducido está llena de indios y es como haber llegado al medio de la india. El orden y la prolijidad típica de Singapore desaparecen al instante y todo se invade de olor a curry y grandes mercados multitudinarios.
Duchita, birrita en el hostel sociabilizando con el resto de los huéspedes y al sobre, así al dia siguiente podría comenzar temprano mi recorrida en mi único día en la ciudad. El jetlag, la ansiedad y el calor se adelantaron a  mi despertador y a las 5:30 am ya estaba dando vueltas por una ciudad que para mi sorpresa, estaba completamente desierta (el movimiento arranca tipo 8). Alrededor de las 9, me encontré nuevamente con las chicas y nos fuimos rumbo China Town (una vez más confío en la sagacidad de los lectores para imaginarse como es el lugar…je).

Templos, mercados y alguna comida típica nos dejo la pasada por este barrio, para luego seguir en Orchard Road, el excentricismo en estado puro…hoteles 5 estrellas, gigantescos shoppings uno al lado del otro con las marcas más exclusivas, autos de lujo por todos lados…para que se den una idea, hay una especie de taxis que son Rolls Royce! En fin, lindo para conocer pero no para perder mucho tiempo, asi que me separé de las chicas y me fui en búsqueda de la embajada de Australia para hacer un trámite finalmente frustrado. En la parada del bondi, tratando de ver como podía llegar a la famosa estatua de Singapore (Merlion, mitad Leon, mitad pez). Le pregunte a un local, y me contestó con un poco de cara de asco “¿ahí qurés ir?”, le pedí que me recomendara un mejor lugar y él me sugirió el botánico. Lógicamente son las cosas que uno hace estando en el exterior, porque el de Bs As no lo piso desde que tenía 5 años. La verdad es que valió la pena, es inmenso, muy prolijo y diverso, y en más de una vez me hizo acordar a Daniel San y el Sensei Miyagui (que en paz descance), gracias al estilo oriental y a los miles de bonsái.
Lo único malo fue que ya desde temprano padecí los clásicos monzones de esta época del año, aunque con la cámara a salvo no hice más que disfrutar de la refrescante lluvia, ya que el calor por momentos es insoportable. Ya cayendo el sol, arranque la caminata de vuelta nuevamente a través de Orchard Rd, perfectamente diseñada para obligarte literalmente a entrar a los shoppings, así como igualmente complicada para salir.
Por la noche me junté con las chicas de nuevo (dato de color: una resultó ser compañerda de la secundaria de mi hermano…un pañuelo!) Habiendo probado la comida china, esta vez nos fuimos en búsqueda de la alternativa india, y si bien dejamos algunas cositas de lado, estuvo rico!!
En la madrugada siguiente me despido de Singapore (por un par de meses) y encaro nuevamente hacia “el mejor aeropuerto del mundo” (según algún ranking que leí) en búsqueda de un nuevo sello en mi pasaporte, esta vez Indonesia.

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