El jueves 12 de julio pasado el mediodía llegamos a la isla
más austral de las principales que componen Nueva Zelanda, dejamos el
aeropuerto de Christchurch y nos fuimos en búsqueda de nuestra “campervan” (aca
se llama así, para nosotros es una “casarodante” o en su defecto
“motorjom”…je), para finalmente encontrarnos con “la familia”, un grupo de
uruguayos con quienes nos hicimos muy amigos y a quienes veíamos regularmente.
Todos venía bien, ya estábamos acomodando los bolsos en
nuestra nueva casa mientras terminaban el papeleo, cuando nos llaman de la
oficina diciéndonos que la tarjeta de crédito había sido rechazada, poniéndonos
la carita de “estos argentinos se quieren pasar de vivos”. Habiéndo usado la tarjeta
de crédito unos días atrás, nos resultó raro, fundamentalmente porque no
queríamos pagar con dicha tarjeta, era simplemente para hacer un Boucher por
NZD 250 que te piden como deposito a modo de seguro. Después de probar con
otras tarjetas de crédito que teníamos y obtener nuevos rechazos, y habiendo
agotado todas las posibilidades sin que la empresa nos aceptara ninguna,
quedamos en bolas siendo para este entonces, más de las 4 de la tarde y sin
posibilidad de ir a otra empresa de campervan. Así que no nos quedó opción y
tuvimos que pedir rescate a la familia, quienes viven a unos 50 km de
Christchurch.
Considerando que estábamos en el medio de la nada y quedando
tan solo una hora de luz, decidimos separarnos y hacer dedo para llegar a algún
mejor lugar para esperar a nuestros amigos. Por suerte, a los pocos minutos ya
estábamos “ubicados” en diferentes autos y rumbo a la civilización…Quedará para
otro momento u otra vida tal vez, pero viajar a dedo es algo que me resulta
divertido y me gustaría hacer.
Por la noche, en la cada de los 6 uruguayos disfrutamos de
las clásicas y exquisitas pizzas caseras del Peque, y el viernes por la mañana
encaramos en búsqueda de alternativas a nuestro percance con el alquiler de la
van. Gracias a Dios, al poco tiempo de buscar encontramos una alternativa muy
parecida a la que teníamos y sin necesidad de poner tarjeta de crédito.
Por la noche nos dimos una vuelta por el bar local, típico
barsucho (sin desmerecer, obviamente) del pequeño pueblo de viñedos donde se
junta medio pueblo a tomarse unas cuantas birritas, jugar unos pooles y ver
rugby en la tele. Parece de película yankee, pero es así con cada personaje tal
cual lo pinta Hollywood.
Finalmente, el sábado por la mañana nuestros amigos nos
llevan a buscar la van donde arrancaríamos la recorrida, y cuando nos estábamos
despidiendo, uno de ellos nos pregunta “¿y a donde van ahora?”, “Lake Tekapo” -contesto
yo-. “¿y a cuantos km queda?”. “250 km, más o menos” –vuelvo a contestar,
ilusionándome con lo que se estaba gestando.
El momento de la despedida....¿? |
“Llamá a los pibes y preguntales quienes quieren venir”
sentenció el Peque, sin darle posibilidades a Pepe de arrepentirse. Un par de
horas más tarde, sanguchitos viajeros de por medio, estábamos los 7 en viaje.
Así que como dice el dicho “no hay mal que por bien no
venga” y el alquiler fallido de la van resultó en un viaje multitudinario hacia
uno de los lagos más lindos de la isla sur.
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