Sábado al mediodía y con compañía tan inesperada como grata,
llegamos a Lake Tekapo, un hermoso lago ubicado en el centro de la isla sur.
Pintó mesita de camping y a compartir unos “refuerzos” (como le dicen los
uruguayos a los sanguchitos de jamón y queso). Caminatita, foto para acá, foto
para allá, y a seguir viaje antes de que caiga el sol por completo!
A penas entrada la noche llegamos a Mount Cook, y con
nosotros también arribó la lluvia…fuck! Poco nos importó…salieron juegos de
cartas y vino a granel, los siete meditdos en la van! Ajustadito pero
confortable…jeje
Concluido el rezo y el pedido de que parara la lluvia, nos
fuimos a dormir. Temprano en la mañana siguiente, nos despertamos dándonos
cuenta de que nuestras plegarias no habían sido escuchadas, o al menos por
completo. Nos fuimos al refugio de la zona a desayunar y debatir que hacíamos.
Pasamos por el centro de información, donde viendo nuestras ganas nos dijeron
“si tienen ropa y calzado adecuado, no el que llevan puesto, y no les importa
mojarse, pueden hacer esta caminata de 4 hs”. Así fue como entonces decidimos
arrancar, con nuestra ropa pero con calzado alquilado y lamentablemente con la
baja de un soldado, nuestra caminata bajo la lluvia.
A medida que avanzábamos, si bien la intensidad de la lluvia
variaba, iban apareciendo puentes, lagos, montañas nevadas y otros maravillosos
paisajes que pese al frio y al cansancio, nos motivaban a seguir. La lluvia
agrandaba los surcos de agua y el sendero, claramente pensado para ser
transitado en verano y con solo, se inundaba más y más, pero las botas
impermeables nos mantenían secos y calentitos (creo que fue la mejor inversión
que hicimos en NZ).
Poco más de 3 hs nos llevó la caminata hasta que finalmente
detrás de unas rocas, apareció el tan esperado Glaciar Mueller, allá a lo lejos
al término de un lago semi-congelado que hacía la vista aún más espectacular.
Al salir del valle, el viento y el frio se triplicaron, pero la felicidad de
haber llegado y lo maravilloso del lugar, lo compensaban ampliamente.
Nuevamente nos convertimos en turistas chinos y sacamos un millón de fotos, y al
rato, sin demorarnos demasiado, emprendimos la vuelta para llegar antes de que
cayera el sol.
Con un hambre de jubilado nos fuimos en busca de algo
calentito y suculento, pero en el valle solo había un hotel 5 estrellas y un
complejo de mucho nivel, muy alejado de nuestras posibilidades económicas y
sobre todo de nuestro patético aspecto en ese momento. Pese a esto, un par de
los chicos enceguecidos por el hambre, decidieron ir al restaurante del hotel.
La ilusión les duró poco y se chocaron con la dura realidad al abrir la carta.
Lo cierto fue que terminamos comprando unas pizzas con el precio de “El
cuartito” y la calidad de “Huggis”. Complementamos la cena con unos noodles de
backpacker y despedimos a la familia que emprendía el regreso. Por nuestra parte,
exhaustos pero igualmente contentos, nos fuimos a dormir a nuestra casa móvil.
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